Volver a ser instructor, (casi) 20 años después

Por Ale Clémot
Especial para SKI CENTRAL


En 1992 tomé la decisión de dejar de lado mi profesión de instructor de ski para dedicarme al diseño gráfico; esta temporada, 18 años después, volví al Catedral y a las clases de ski, en un retorno tan impensado como emocionante



¿Cómo puede ser que 20 años no sean nada, y 18 sean tantos? Parece una paradoja, pero eso es lo que siento al contar esta historia de mi retorno al mundo del ski, luego de un paréntesis de 18 años que pasaron desde que había trabajado por última vez de instructor de ski. Hoy estoy de vuelta en las pistas.
En octubre de 1992, siendo instructor nacional, tomé la dura decisión de abandonar esta profesión tan querida para intentar insertarme en el mercado laboral de Buenos Aires. La verdad es que en ese entonces tuve un flash forward y me proyecté a los 55 años con los esquíes al hombro viajando de acá para allá, y debo admitir que la idea no me cerraba. Sentí la necesidad de instalarme en un lugar fijo y comenzar a estudiar alguna carrera.
Todo lo que pasó en el medio no viene necesariamente al caso. Lo importante es que, siguiendo con los refranes populares, donde hubo fuego cenizas quedan: nunca pude olvidar mi amor por la montaña y por la docencia.
Una gran amiga fue la que me dio la idea. A partir de ahí, todo fue vértigo puro. En un par de días hice los llamados necesarios, dejé acomodado mi trabajo como diseñador gráfico y emprendí el regreso a las pistas.
Nunca pensé que ese viaje que había hecho tantas veces iba a generarme tantas sensaciones; que fuera a acelerar el ritmo cardíaco casi como en una primera cita. A medida que me acercaba al destino la expectativa se hacía más fuerte: iba hacia el reencuentro con el Cerro y su majestuosidad, con amigos y ex futuros compañeros de trabajo, y en especial con mi vieja profesión: aquella que había salido a buscar con apenas 18 años de edad, dejando atrás la ciudad en búsqueda de aquél sueño de libertad.

Cuando llegué a la base del Catedral no resistí la tentación de agarrar un puñado de nieve y frotarlo entre mis manos, como un gladiador previo a su entrada en la arena. Puede que la metáfora suene exagerada, pero este era mi propio desafío, el que yo había elegido para mí: ese que uno se genera y que nos define como personas de acuerdo a como el enfrentamos. Sentí una alegría inmensa, y un poco de miedo también. Felicidad por volver a una montaña que tantas satisfacciones me había dado tiempo atrás, e inquietud por los reencuentros inminentes, tanto con colegas y amigos del pasado como con el ski y las clases.
En relación a la gente, una idea me guiaba: después de 18 años ya había corrido mucha agua bajo el puente, y dicen que el agua lo limpia todo. Así que decidí ir al reencuentro tanto de mis viejos amigos como de los que por ahí no habíamos quedado tan bien, intuyendo que para ellos y para mí, el tiempo nos hizo crecer, y no me refiero a la edad biológica sino más bien en flexibilidad y tolerancia, en sentido del humor, en respeto.
Otro de los temas que era una incógnita es dónde iba a vivir en Bariloche: al decidir mi viaje tan rápido me preocupaba mucho saber dónde podría parar, yendo como es de imaginar con ciertas limitaciones financieras.
Y en este punto es donde más cuenta me he dado que lo que uno siembra, tarde o temprano lo cosecha. La primera persona en ofrecerme su casa fue un viejo y querido amigo. Podrá parecer lógico, ya que yo lo había albergado a él en más de una oportunidad; pero había una diferencia: en aquél entonces eramos jóvenes y, sobretodo, solteros. Si bien mi estado civil no cambió, para los que sí se casaron, como el caso de mi amigo en cuestión, recibir a un amigote puede generar algún que otro problema conyugal…Así que doblemente agradecido tanto a él como a su mujer.
De todas formas, el tema de la vivienda lo recuerdo como algo muchas veces estresante. Recuerdo que haciendo temporada del hemisferio norte en Livigno, Italia, tuve que mudarme hasta cinco veces a lo largo del invierno, ya que nadie quería alquilarte por toda la temporada a un precio accesible porque hay semanas de alta temporada donde los propietarios ganan hasta el triple con los turistas ocasionales. Y uno tenía que andar corriendo, armando y desarmando valijas y cambiando de morada varias. Mucha gente piensa que la vida de un instructor de ski es 100% diversión y hasta no la consideran un trabajo: desafío a cualquiera a dar 8hs de clase, con temperaturas de hasta 35 grados bajo cero, a ver si sigue pensando lo mismo.

De vuelta a las clases
Nunca pude olvidar mi primer día de ski, el día que tomé mi primera clase. Creo que si uno se remonta a ese día es imposible soslayar todo lo que el alumno deposita en el Instructor. Y lo digo con mayúsculas ya que de él depende nada menos que amar u odiar este maravilloso deporte. Uno puede aprender de un instructor solamente la técnica y los trucos para desenvolverse razonablemente por una pendiente o, además de eso, aprender cosas escenciales como el amor a la montaña, aprender a bajar con y no a pesar de ella, aprender a disfrutar cada instante, el silencio sonoro de las cumbres, lo pequeños y vulnerables que somos en medio de la naturaleza, y sobretodo saber agradecer a quien uno elija por el hecho de poder vivir una experiencia única.
Por todo esto es que antes de comenzar a dar mi primer clase, 18 años más tarde, la única palabra que encuentro para trasmitir la sensación es adrenalina. Después de todo ese tiempo, creo que la gran diferencia al estar frente a un alumno es la percepción que uno ha desarrollado y que permite ahora entender lo que el alumno espera de su experiencia con el ski. Hace casi 20 años atrás tenía tal vez una falsa idea de que todos los alumnos tenían expectativas y deseos similares, como ser super esquiadores, y a esa tarea me abocaba.
Hoy me animaría a decir, humildemente, que el detectar lo que el alumno espera es el punto más importante en una clase de ski. Claro que hay personas que sueñan con ser grandes esquiadores, descender pendientes extremas a grandes velocidades… Pero hay otras, a las cuales el ski es algo casi azarozo y dificilmente vuelvan a repetir la experiencia; hay personas que lo hacen incluso por compromiso, ya sea con su pareja, jefe o lo que fuera. Por lo tanto, hoy, antes de enfocarme en lo técnico, trato de hacer eje en la persona y su circunstancia, con el fin de intentar que su experiencia sea lo más gratificante posible, ya sea esquiando como contemplando la montaña.
(Contacto Ale Clémot: aleclemot@hotmail.com / 011 15 6059 6239 )

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